La
Habana es el punto de recalo más antiguo en las rutas hacia las Américas, y uno de los más jóvenes destinos turísticos
con que cuenta el Caribe.
La
paradoja se debe al hecho de que siendo pionera de esta industria en la región,
y después de convertirse en el destino preferido del turismo norteamericano al
sur de La Florida durante los años ‘50, al triunfo de Fidel Castro esta práctica quedó bajo cuarentena, un largo período de recelos por parte del nuevo gobierno
revolucionario que veía en cada turista, en cada extranjero con una cámara al cuello,
un agente de la CIA conspirando contra el gobierno.
Durante
más de treinta años el comportamiento de las autoridades cubanas respecto al
turismo extranjero, y en especial al llamado “occidental”, fue el mismo inexplicable
que aún hoy practican las autoridades de Corea del Norte.
Cuba
como destino turístico quedó descomercializada, y sus infraestructuras
atrasadas respecto a los nuevos modelos que impuso la evolución de esta industria
entre los años ’60 y ’90, cuando nuevamente, y por circunstancias estrictamente
económicas, La Habana accedió abrir el país a vuelos charters repletos de
pasajeros ociosos mayormente procedentes de Europa y Canadá.
Para
su comercialización por entonces el país necesitó de turoperadores extranjeros -sobre todo españoles- que fueron quienes iniciaron la reconducción de
la industria sin humo en una isla con condiciones naturales inmejorables donde
de pronto, todo era posible y todo estaba por hacerse.
Dotada
de un riquísimo patrimonio material e inmaterial, la isla de los cubanos continúa
atrayendo la curiosidad de todo el que pasa por el Caribe. Puede que su
infraestructura hotelera en general no llegue a compararse con la de Cancún,
pero la belleza de sus playas y, sobre todo, el gracejo de su gente, hace de
este país un lugar digno de ser tenido en cuenta a la hora de elegir un destino
de vacaciones.
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