La
maduración de un destino turístico es cosa de tiempo y, sobre todo, trabajo.
Los trabajos de construcción de “piedraplenes”, esas carreteras construidas sobre un lecho artificial de rocas y que recorren kilómetros y kilómetros de
superficie marina uniendo a la isla de Cuba con los cayos del norte, prometieron
ser -allá por los años ’80- la solución constructiva
que abría el camino a un novedoso polo turístico: los cayos del norte. Así que
trabajo hubo -y destroce de ecosistemas
marinos también-, pero a lo que me refería al principio de este párrafo, no era
a trabajo constructivo sino más bien de comercialización para el
posicionamiento de un producto de sol y playa que, bien mirado, en el caso que nos ocupa, es muy
parecido, si no idéntico, al que ofrecen otras islas del Caribe.
Tras
treinta años, los cayos cubanos comienzan a ser un destino relativamente conocido por el turismo que visita la isla, sobre todo por el turismo de bronceador. Su éxito actual, sin embargo, sospecho que no se debe tanto a un concienzudo trabajo de
promoción antes que al natural boca oreja que, en particular a través de
internet, relanzó a este producto en pleno siglo XXI. No
quiero restar mérito a los turoperadores y hoteleros que, como la cadena Melíá,
apostaron desde el principio por la cayería norte como un destino de éxito; pero nadie me quita de la cabeza que la promoción de este destino no fue
suficiente ni inteligentemente ordenada.
Y
aún tengo otra sospecha, más perturbadora si se quiere, y es que en sus inicios
los cayos fueron concebidos como oasis para el turismo internacional que permanecería
aislado y controlado por carretera, sin riesgos de contaminación ideológica
para la población cubana, tal y como aún hoy sucede en muchos de ellos a los
que tienen controlada la entrada de cubanos.
Como
que simpatizo con los derechos de los cubanos a moverse por su país, y también
con el hecho comprobado de que la mayoría de quienes viajan a Cuba lo hacen
atraídos por la historia y la gente del país, los cayos no dejan de parecerme
un producto desfasado en su gestión extraturística.
Mi
recomendación a los turistas que viajen a Cuba es: vayan a los cayos, disfruten
de ese reducto turístico, de sus excelentes playas y de sus instalaciones. Pero
no agoten sus vacaciones en ese lugar. Muévanse por la isla y conozcan a su
gente. Cuba es su gente.
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