Obra de Mariano Benlliure
Panteón en el que descansan los restos de Catalina Laza y Juan Pedro Baró
Detalle de la puerta del panteón tallada por René Lalique
Panteón en restauración
Entrada principal y pórtico del cementerio de Colón
Guardia de seguridad con prismáticos vigilando en la zona oeste del cementerio
Más de uno se
ha preguntado porqué en este cementerio, “de Colón”, no está Colón; pero eso lo
dejo para otra entrada de este blog.
Localizado en la zona de El Vedado y con una extensión de 56 hectáreas, a él no acuden solamente dolientes. También los hay transeúntes y visitantes que practican el llamado turismo funerario tal como se hace en el Pere Lachaise o el Montparnasse, en París; High-gate, en Londres, Novy Zidovsky Hrbitov, en Praga o el de la Almudena, en Madrid. Salvo en las canteras de Carrara, no creo que haya tal concentración de este tipo de mármol en ninguna otra parte del mundo como en el cementerio de Colón.
Localizado en la zona de El Vedado y con una extensión de 56 hectáreas, a él no acuden solamente dolientes. También los hay transeúntes y visitantes que practican el llamado turismo funerario tal como se hace en el Pere Lachaise o el Montparnasse, en París; High-gate, en Londres, Novy Zidovsky Hrbitov, en Praga o el de la Almudena, en Madrid. Salvo en las canteras de Carrara, no creo que haya tal concentración de este tipo de mármol en ninguna otra parte del mundo como en el cementerio de Colón.
Soy de los que
entiende que no hay ciudad, sociedad o civilización que no pueda ser interpretada
y valorada a través del arte funerario de sus necrópolis. El cementerio de
Colón es la más irrefutable prueba del magnífico esplendor que tuvo La Habana y
sus tremendas diferencias sociales.
Aquí hay
tumbas, criptas, panteones y mausoleos con todos los gustos habidos y por
haber: los hay sobrios, de buen gusto, pero también los hay alzados sobre la
vanidad y el oropel que contenta a los vivos más que dedicados al respetuoso
recuerdo de los muertos.
Las tumbas de
las familias acaudaladas y los prohombres de Cuba se encuentran, en su mayoría,
en la avenida principal por la que se aboca al caminante apenas entra por el
pórtico principal de la necrópolis, por la calle Zapata.
Una de las
esculturas funerarias que vale la pena admirar en este cementerio es obra de
Mariano Benlliure, el escultor preferido por la Restauración, el movimiento
político con impacto en lo artístico que se alzó sobre las ruinas de la fracasada primera república española.
La obra fue
encargada por una rica familia habanera, los Zayas Bonet, y representa un
Cristo en actitud de abandono que mira al cielo mientras asciende a él. Si mal
no recuerdo, esta pieza funeraria se titula "Cristo en ascensión", y
es digna de coronar algo mejor que la ridícula pirámide que es el panteón de
los Zayas Bonet. Pero así son las cosas en este cementerio.
Ahora mismo, la
administración del cementerio y la Oficina del Historiador de la Ciudad
restauran algunos de los panteones principales, muchos de ellos, casi todos,
sin familia que los atienda luego del éxodo de la burguesía cubana.
Desde que se
autorizó en la isla la compra y venta de casas y otros inmuebles, se ha
reactivado el mercadeo de tumbas y panteones en el cementerio de Colón. También
han ocurrido robos y saqueos de panteones con el fin de apropiarse de obras de
arte funerario y hasta de restos humanos que los llamados “paleros” emplean en
sus rituales religiosos. Es esta la razón por la que el visitante verá, en su
paseo por este lugar, un notable número de guardias de seguridad.
El cementerio
cuenta con servicio de guías multilingüe para los turistas extranjeros que
deberán pagar por acceder al cementerio.
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