Los turistas tienen mucho de aves migratorias: en una época
se pueden ver a unos y en otra a otros de nacionalidades diferentes. Ppt orden de aparición primero tocó ver a los argentinos y uruguayos, luego a mexicanos, españoles, italianos y franceses. En estos días de otoño toca a los asiáticos recorriendo las calles de la ciudad. Yo, como que soy incapaz de
distinguir un coreano del sur de un japonés, a todos, como buen cubano, les
llamo “chinos”, aunque tampoco tengo muy claro cómo distinguir un chino de un
japonés o un sudcoreano. De lo que sí estoy casi seguro es que esta muchacha que
mira complaciente a mi cámara no es norcoreana, vietnamita o mongola. Al menos hasta ahí sí que llego.
Esta foto tiene su historia, breve e intrascendente, como casi toda historia que no solemos compartir justo porque la consideramos intrascendente:
Iba yo caminando por la acera frente al capitolio cuando me crucé con esta muchacha menuda e inusualmente bien proporcionada. En Cuba tenemos la firme creencia de que las "chinas" se dejan el culo en China, pues no hay una sola que lo lleve consigo, todas parecen haberlo olvidado en casa. Pero ésta -aunque no se ve en la foto- sí que cargó con todo lo suyo.
El caso es que continué mi camino. Mi interés era tomar fotos del capitolio, la fábrica de habanos Partagás y otros sitios de los alrededores con que ilustrar, para este mismo blog, una ruta turística que he titulado "La Milla de los Catalanes en La Habana".
Y quién le dice que a la altura del Floridita -epicentro de la mencionada Milla-, me vuelvo a encontrar con la muchacha y su andar despistado, ése con que suelen hacerlo los turistas. Y es entonces que decido hacerle una foto; así que apuro el paso, me le adelanto en la acera, y en mi inglés siux, le pido si me deja que le tome una foto.
Ella no dijo nada: simplemente se giró, adoptó una pose complaciente y colgó en su rostro una enigmática expresión (o una no-expresión) que me hizo pensar en Gioconda asiática. Apreté el disparador de mi cámara, y cada cual siguió su camino. No nos dijimos ni una palabra más, o sí, yo le di las gracias, pero ella apenas respondió con un leve asentimiento de cabeza.
Esta foto tiene su historia, breve e intrascendente, como casi toda historia que no solemos compartir justo porque la consideramos intrascendente:
Iba yo caminando por la acera frente al capitolio cuando me crucé con esta muchacha menuda e inusualmente bien proporcionada. En Cuba tenemos la firme creencia de que las "chinas" se dejan el culo en China, pues no hay una sola que lo lleve consigo, todas parecen haberlo olvidado en casa. Pero ésta -aunque no se ve en la foto- sí que cargó con todo lo suyo.
El caso es que continué mi camino. Mi interés era tomar fotos del capitolio, la fábrica de habanos Partagás y otros sitios de los alrededores con que ilustrar, para este mismo blog, una ruta turística que he titulado "La Milla de los Catalanes en La Habana".
Y quién le dice que a la altura del Floridita -epicentro de la mencionada Milla-, me vuelvo a encontrar con la muchacha y su andar despistado, ése con que suelen hacerlo los turistas. Y es entonces que decido hacerle una foto; así que apuro el paso, me le adelanto en la acera, y en mi inglés siux, le pido si me deja que le tome una foto.
Ella no dijo nada: simplemente se giró, adoptó una pose complaciente y colgó en su rostro una enigmática expresión (o una no-expresión) que me hizo pensar en Gioconda asiática. Apreté el disparador de mi cámara, y cada cual siguió su camino. No nos dijimos ni una palabra más, o sí, yo le di las gracias, pero ella apenas respondió con un leve asentimiento de cabeza.
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