Trinidad es sin dudas después de
La Habana la locación más fotografiada de toda Cuba. Y es también uno de los
conjuntos arquitectónicos más antiguos y mejor conservados del Caribe.
Durante el siglo XVI, XVII y parte
del XVIII, los trinitarios, en tierra de nadie, aislados y equidistantes tanto
de La Habana como de Santiago de Cuba, los dos centros militares en que se
dividía la Cuba colonial, vivieron a su aire, sin leyes ni cabildos, ajenos a
las trabazones administrativas que impedían su libre comercio de “rescate” con
bucaneros y piratas.
Cuando toda Cuba comerciaba a los
precios forzados de la Casa de Contratación de Sevilla en virtud del monopolio
comercial decretado por la metrópolis a favor de los puertos de Sevilla y Cádiz,
Trinidad era un centro de intercambio incontrolado y barcos de otras banderas
anclaban descaradamente en la cercana bahía de Casilda para realizar
contrabando.
Si se fijan en el cuartón
inferior izquierdo del escudo trinitario, verán una escena en la que aparecen
contrabandistas con sus mercaderías esperando el atraque de un velero. Es el
reconocimiento a una actividad que está en los orígenes de una de las más
antiguas villas de América.
Pero en la primera mitad del
siglo XIX, los trinitarios redirigieron su actividad comercial a favor de una
nueva y prometedora industria, y todo su valle se convirtió en uno de los
principales productores de azúcar del mundo.
Sin embargo en 1979 cuando la
visite por primera vez la realidad de Trinidad era otra y de próspera villa se
había convertido en un pueblito cubano más.
Aún así la envergadura de sus
casonas caídas en el descuido, los viejos patios diseñados para el cultivo de
la sombra y la siesta de sus dueños y en los que el pragmatismo de las matas de
plátano vencía definitivamente la belleza del rosal, en el servicio de café
incompleto que se hacía servir para las visitas con cucharillas de plata,
evocaban un próspero pasado.
Trinidad fue redescubierta en los
‘90s gracias a la llegada del turismo internacional a la isla. Sus calles
sembradas de chinas pelonas, sus arquitectura romántica, los balaustres
torneados de sus ventanas pintadas con vivos colores, sus casonas restauradas y
la gente de este pueblo que aún se mueve a caballo, animan al visitante en la
creencia de pisar un trozo de pasado.
Desde Trinidad es posible organizar
excursiones a Topes de Collantes, en el macizo montañoso del Escambray, al
centro de la isla y reservorio de la naturaleza subtropical de la zona. O
viajar en barco hasta Cayo Blanco, a una hora de travesía. O disfrutar de un
baño en las cálidas aguas de Playa Ancón.
En mi opinión, Trinidad es el pueblo donde se come la mejor langosta de
Cuba.
Para acceder a excursión Habana-Trinidad-Varadero, clique aquí
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