Los paisajes tienen su temperamento, su propio carácter modelado por la naturaleza. Los hay serenos, farragosos, vitales, seductores, amenazantes y remolones. El de la foto -tomada una plácida tarde de noviembre- es un paisaje en plena siesta. La hora no es difícil de acertar. Bastará con que estudiemos la sombra que proyecta el quitasol de guano en primer plano. Deben ser las cuatro de la tarde y los pocos bañistas que en esta época del año acuden al encuentro con las olas armonizan perfectamente con el carácter de este paisaje. Dicen que las mascotas terminan por parecerse a sus amos: lo mismo debe suceder con las personas y el paisaje que las señorea.
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