Con
11,5 millones de almas los cubanos constituyen el mayor grupo humano del Caribe. A
diferencia de otros pueblos articulados tras sucesivas olas migratorias, su
historia -la del cubano- ha venido forjando en ellos un sedimento étnico y cultural monolítico.
En Cuba no se emplea otra lengua o dialecto aparte del español (idioma
oficial), salvo entre la reducida población de haitianos localizados en el
oriente cubano. Tampoco es notable la concentración de una u otra etnia entre
tantas que, al fin y con el decursar de los siglos, dio lugar a lo que hoy es
el cubano contemporáneo. Existe una comunidad japonesa en la
Isla de la
Juventud que
hasta hace unos años se agrupaba alrededor de una especie de patriarca japonés,
Arada San, el último sobreviviente de un grupo que emigró a principios del
siglo XX, sin embargo, tampoco “los Aradas” constituyen una comunidad
importante, como tampoco lo es ya, por su número, la de chinos radicada en el
antiguo Barrio Chino en Ciudad de La
Habana , si bien culturalmente la aportación de estos chinos al
complejo de lo cubano nadie discute.
Africanos
traídos en el temprano siglo XVI en condiciones de esclavos, y que sumaron
millones a lo largo del período colonial, más gallegos, asturianos,
valencianos, catalanes, andaluces, vascos y hasta isleños de las Islas
Canarias, aportaron, entre otros grupos humanos, los dos ingredientes básicos
de la cubanidad: el africano y el europeo. Pero de entre todos, los gallegos
ocupan un lugar especial, quizá por el hecho de que fue mayormente celtíbera la
última ola migratoria a la isla, de ahí que aún hoy día a los españoles
en Cuba se les llame genéricamente “gallegos”. Al mismo tiempo, árabes del
Líbano, sirios y judíos también fueron llegando en sucesivos golpes
migratorios, algunos desde la segunda mitad del siglo XIX, asentándose en
comunidades más o menos permeables al resto de los habitantes del país.
Así
se concibió el hombre en estas tierras y su cultura, a la que el sabio cubano-menorquín,
Don Fernando Ortíz, calificó de verdadero “ajiaco”. Y es en ese “ajiaco” donde
conviven en la actualidad, magníficamente acrisolados más de medio centenar de
denominaciones religiosas, inopinados platos que combinan la fabada asturiana y
el arroz, acompañando postas de “chilindrón” de chivo y plátano maduro frito,
todo en el mismo plato; giros idiomáticos que recuerdan el castellano arcaico,
conjugados con expresiones de indudable origen africano; negros, mestizos,
blancos, gente de ojos rasgados y pómulos amerindiados, de pronto, todos
primos. En fin, una mezcla de expresiones, atuendos, rasgos y maneras
entrecruzadas y compactadas perfectamente que ensanchan las fronteras de la
identidad del cubano.
Pero lo más sobresaliente de este
pueblo es su alegría, el carácter festivo que le acompaña casi siempre, y que
hace de la música –de su música- algo entrañable para ellos. Cuando un cubano
no sabe bailar, lo confiesa con rubor. Si es que no sabe contar un buen chiste,
sus compatriotas dudan, ¿no serás polaco, tú?. Su sentido del humor es a veces
negro, mordaz; otras ligero, las más, burlón. De todo ríe el cubano. No hay
desgracia en este país que pasado el tiempo (a veces inmediatamente) no se
subvierta en un chiste callejero. Aquí casi nadie queda a salvo del proverbial
humor criollo, desde el presidente del país hasta la madre querida; acaso los
santos (orishas) a veces -y sólo a
veces- escapan de la burla.
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