sábado, 1 de junio de 2013

¿Y POR QUÉ LA SANTERÍA ES EL CREDO DE LOS CUBANOS?












    Cuba es un país laico aunque  se practica el catolicismo además de otras cincuenta y tantas denominaciones religiosas. Pero la Santería es el culto más extendido. El origen de esta modalidad religiosa está en el cruzamiento de los cultos africanos y católico.
Durante los tiempos coloniales millones de seres humanos sufrieron  esclavitud en tierra cubana. Llegaban desde diversas regiones del llamado continente negro, del Congo, Nigeria y la Costa de Marfil. Cada etnia traía sus dioses, sus creencias y su liturgia consideradas prácticas heréticas por los amos blancos.
Para burlar la condena por sus prácticas religiosas, los negros africanos optaron por enmascarar sus dioses bajo el sayo de dioses cristianos. Iban a misa bajo la fe del látigo, rezaban, se persignaban, pero luego, a escondidas, sacrificaran palomas, chivos y se entregaran a una liturgia ancestral.
Fue así como San Francisco se convirtió en Orunla, la Virgen de Regla  -con multitud de fieles en Chipiona-  en Yemayá, Santa Bárbara en Shangó, la Virgen de las Mercedes en Obbatalá, la de la Candelaria en Oyá. Hasta Dios cambió su nombre por Olofi. Los santos y vírgenes católicos prestaron sus rostros, pero la liturgia era tan africana como sus dioses enmascarados cuyas historias se cuentan en apattakies o consejas en las que actúan de un modo sospechosamente mundano.
Y es que si alguien se pregunta a qué se debió  -y aún hoy se debe-  el auge de estos cultos sincréticos, lo mismo que el vudú en Haití o la macumba en Brasil, la respuesta está precisamente en su mundanismo. Mientras el cura en la iglesia sugiere paciencia y fe en Cristo ante los males de este mundo, un Babalawo (“padre de los secretos” y sumo sacerdote de la Regla de Ocha o santería), elabora fórmulas mágicas con maíz tostado, “cascarilla” y yerbas diversas aderezados con cantos litúrgicos en lengua yoruba. Si el problema no queda resuelto, al menos él lo intentó, y aún lo volverá a intentar empleando más complejos ritos con que persuadir a sus dioses para que varíen el destino. La resignación no es para el santero.
Existen otros cultos de origen africano como es el Palo Monte, pero su práctica, aunque difundida, jamás alcanza el número de acólitos con que cuenta la santería.
Un santero se distingue por su ropaje blanco, cuando se trata de un recién iniciado en el culto. Ellas, ataviadas con faldas, zapatillas, chal y turbante  blancos; él, lo mismo: pantalón, camisa y gorra blanca; ambos con vistosos collares que identifican en el colorido de sus cuentas los santos de su devoción. No es difícil distinguirles en las iglesias a las que acuden a cumplir con la parte católica de sus cultos, aunque la santería no dispone de más templo que la propia casa del santero. Allí encontrará el visitante  -entre imágenes de vírgenes y santos católicos- cocos policromados, maracas rituales, hachas de madera bipétalas, soperas antiguas en las que guardan piedras de río y que es “el fundamento”, asiento donde vive la deidad; todo muy bien colocado, aunque a simple vista, la mezcolanza de atributos confunda el orden.
La verdad es que nada hay tan parecido al cubano como sus propios dioses.

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