Cuba es un país laico
aunque se practica el catolicismo además de otras cincuenta y tantas
denominaciones religiosas. Pero la
Santería es el
culto más extendido. El origen de esta modalidad religiosa está en el
cruzamiento de los cultos africanos y católico.
Durante los tiempos
coloniales millones de seres humanos sufrieron esclavitud en tierra
cubana. Llegaban desde diversas regiones del llamado continente negro, del
Congo, Nigeria y la Costa de Marfil. Cada etnia traía sus dioses, sus creencias
y su liturgia consideradas prácticas heréticas por los amos blancos.
Para burlar la condena
por sus prácticas religiosas, los negros africanos optaron por enmascarar sus
dioses bajo el sayo de dioses cristianos. Iban a misa bajo la fe del látigo,
rezaban, se persignaban, pero luego, a escondidas, sacrificaran palomas, chivos
y se entregaran a una liturgia ancestral.
Fue así como San
Francisco se convirtió en Orunla, la
Virgen de Regla
-con multitud de fieles en Chipiona- en Yemayá, Santa Bárbara en Shangó, la
Virgen de las
Mercedes en Obbatalá, la de la
Candelaria en
Oyá. Hasta Dios cambió su nombre por Olofi. Los santos y vírgenes católicos
prestaron sus rostros, pero la liturgia era tan africana como sus dioses
enmascarados cuyas historias se cuentan en apattakies o consejas en las que
actúan de un modo sospechosamente mundano.
Y es que si alguien se
pregunta a qué se debió -y aún hoy se
debe- el auge de estos cultos
sincréticos, lo mismo que el vudú en Haití o la macumba en Brasil, la respuesta
está precisamente en su mundanismo. Mientras el cura en la iglesia sugiere
paciencia y fe en Cristo ante los males de este mundo, un Babalawo (“padre de
los secretos” y sumo sacerdote de la
Regla de Ocha o
santería), elabora fórmulas mágicas con maíz tostado, “cascarilla” y yerbas
diversas aderezados con cantos litúrgicos en lengua yoruba. Si el problema no
queda resuelto, al menos él lo intentó, y aún lo volverá a intentar empleando
más complejos ritos con que persuadir a sus dioses para que varíen el destino.
La resignación no es para el santero.
Existen otros cultos de
origen africano como es el Palo Monte, pero su práctica, aunque difundida,
jamás alcanza el número de acólitos con que cuenta la santería.
Un santero se distingue
por su ropaje blanco, cuando se trata de un recién iniciado en el culto. Ellas,
ataviadas con faldas, zapatillas, chal y turbante blancos; él, lo mismo:
pantalón, camisa y gorra blanca; ambos con vistosos collares que identifican en
el colorido de sus cuentas los santos de su devoción. No es difícil
distinguirles en las iglesias a las que acuden a cumplir con la parte católica
de sus cultos, aunque la santería no dispone de más templo que la propia casa
del santero. Allí encontrará el visitante -entre imágenes de vírgenes y
santos católicos- cocos policromados, maracas rituales, hachas de madera
bipétalas, soperas antiguas en las que guardan piedras de río y que es “el
fundamento”, asiento donde vive la deidad; todo muy bien colocado, aunque a
simple vista, la mezcolanza de atributos confunda el orden.
La verdad es que nada hay
tan parecido al cubano como sus propios dioses.
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